Hablar de Cádiz es hablar, ante todo, de milenaria historia. Por su situación estratégica, a orillas del Mediterráneo y del Atlántico, la ciudad, desde tiempos remotos se definió como un cruce de caminos en el que las distintas culturas dejaron huella.
Hablar de Cádiz, es hablar de la urbe más milenaria del mundo antiguo. La fundación de Gades se remonta al I Milenio a.C por los fenicios, sin duda atraídos por las ventajas de que su posición a orillas del mar ofrecía. Hasta ella llegaron posteriormente griegos, cartagineses (el mismo General Aníbal estuvo presente en Cádiz dirigiendo sus hostilidades contra Roma en el contexto de las Guerras Púnicas) y finalmente romanos, quienes llevaron a la antigua urbe a un desarrollo económico (como emporion comercial) y cultural (numerosos vestigios de este período de la historia subyacen en el territorio gaditano, tanto en la capital como en la provincia). Se tiene constancia del famoso Templo de Hércules, cuyos restos fueron destruidos a tenor de la invasión musulmana en el siglo VIII.
La vigorosidad comercial y cultural que vivió la ciudad en la Antigüedad clásica mermó considerablemente durante la crisis del Imperio Romano a partir del siglo IV. Este período de decaimiento destruyó la economía básica de la urbe centrada en el comercio marítimo y la población se diezmó considerablemente debido a las hambrunas. Esta fue la principal causa del abandono de la ciudad, la crisis demográfica, que reduciría la antigua Gades a un centro de población pequeño y empobrecido. La situación empeoró cuando visigodos y bizantinos pugnaban continuamente por su control ya que, aunque empobrecida, la situación estratégica de Cádiz constituía un aliciente para su control por parte de los poderes políticos del momento; situación que continuó durante la invasión musulmana.
No será hasta el siglo XIII, cuando, una vez reconquistada la Ciudad por la corona castellana, Alfonso X conceda numerosos privilegios fiscales a Cádiz y estableciendo en ella de nuevo la sede episcopal, entrando en una dinámica de crecimiento que recuperó la actividad económica en los siglos siguientes hasta que en el siglo XV recupera el esplendor de antaño gracias al establecimiento en la bahía de Cádiz de los astilleros reales de la Corona y da comienzo la era de los descubrimientos navales, gracias al desarrollo y a la aplicación de nuevas técnicas y utensilios, tales como el astrolabio. Esta misma fue la razón por la cual, el desarrollo de los nuevos veleros, más grandes y complejos, ya en el siglo XVIII, aconsejó que remontar hasta el Puerto de Sevilla no era conveniente por la degradación del gran río, y el monarca Felipe V entonces ordena el traslado y asentamiento de la Casa de la Contratación hasta Cádiz, otorgándole un espectacular impulso gracias al monopolio centralizado en la urbe del Comercio con América.
Y ya en la Edad Contemporánea, el papel de Cádiz como ciudad toma relevancia histórica: 1812, una fecha clave en la historia del Constitucionalismo Español, cuando el 19 de marzo de dicho año y en la ciudad de Cádiz, los diputados en Cortes aprueban la primera Carta Magna de nuestra historia. ¿Por qué en Cádiz? Porque allí se encontraba la Asamblea aprovechando la seguridad que sus murallas ofrecían y la rápida comunicación con el exterior por su privilegiada ubicación. Por tanto, tres mil años después de la llegada de los primeros fenicios, la muy heroica ciudad, seguía pareciendo tan hermosa y plena de bondades para todos los que hasta ella llegaban, extendiendo su influencia allende los mares al continente americano, en una época de esplendor cultural como el siglo XVIII, marcando tendencias gracias al Neoclásico de sus edificios. Hasta tal punto que, como dice la letra de Antonio Burgos se puede afirmar que “La Habana es Cádiz con más negritos, y Cádiz es La Habana con más salero”.