Aunque es mundialmente conocida la fama del maestro compositor don Manuel de Falla, no es, en cambio, tan conocida su relación con Cádiz, la ciudad que lo vio nacer el 23 de noviembre de 1876. El pequeño Manuel María de los Dolores de Falla y Matheu fue acristianado con este nombre a los pocos días de nacer en la gaditana Plaza de la Mina.
Como suele ocurrir en los genios, desde su más tierna infancia mostró sobradas habilidades en el ejercicio de la música, recibiendo sus primeras clases de solfeo de manos de su madre, intérprete de piano (una mujer muy instruida teniendo en cuenta el tiempo y la sociedad a la que nos referimos) y de su abuelo, igualmente instruido, e incluso, las nanas y canciones populares que aprendió de su nodriza en la infancia contribuyeron al enriquecimiento de su cultura musical.
Posteriormente, y también en la ciudad de Cádiz, pasó a especializarse con la profesora Eloísa Galluzo, complementando sus estudios con el célebre Alejandro Odero y acrecentando el conocimiento del lenguaje musical en armonía y contrapunto con Enrique Broca.
En su adolescencia, aunque amante de la música, ciertamente sentía más pasión por la literatura y el periodismo, lo que le llevó a fundar en Cádiz las revistas El Cascabel y El Burlón. Finalmente se trasladó a Madrid donde, ya sí, sintió que su verdadera vocación era la música tras asistir a un concierto de Grieg en su Cádiz natal.
Fue entonces cuando comenzó a viajar por Europa y a componer sus principales obras musicales. Establecido en Granada en la década de los años 20, su matrimonio con Cristina Aranjuez sería un aliciente para la producción de su obra. Entabló amistad con grandes personalidades granadinas del momento, de la vida política y de la cultura, como Fernando de los Ríos, García Lorca y Hermenegildo Lanz, entre otros.
Hombre cabal y comprometido con la situación social de su época, nunca se doblegó a los intereses de ningún tipo de poder, y con la llegada de la II República en la década de los 30, si bien comprendía la necesidad de determinadas reformas sociales para el progreso del país, también escribió una carta al Presidente Alcalá-Zamora denunciando el creciente anticlericalismo y la desevangelización de España. Descontento con la situación política, decidió exiliarse voluntariamente a Argentina, donde murió en 1946 siendo sus restos trasladados rápidamente hasta su ciudad, Cádiz, en la que fue sepultado en la Cripta con autorización de Pío XII, descansando sus restos mortales desde entonces y hasta hoy junto a los de su amigo y paisano José María Pemán, en la ciudad que 69 años antes lo había visto nacer y crecer y en la que, en su honor y memoria, el principal teatro, sede de la vida cultural, lleva su nombre.